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domingo, 5 de abril de 2015

Economía del cuidado


 Los orígenes conceptuales de lo que llamamos hoy “economía del cuidado”
Lo que hoy conocemos como “economía del cuidado” en la región tiene su origen en el llamado “debate sobre el trabajo doméstico”.
En este debate, que se desarrolló durante los años 70s, se buscó comprender la relación entre el capitalismo y la división sexual del trabajo, con una clase privilegiada (los maridos) y una clase subordinada (las amas de casa) (Gardiner, 1997; Himmelweit, 1999). El trabajo doméstico se pensaba así como un requerimiento del capitalismo (o complementariamente, de los varones, que “explotaban” a sus mujeres) que debía ser abolido (Himmelweit, 1999). Este esfuerzo por incorporar al trabajo doméstico en conceptualizaciones de origen marxista se realizó, sin embargo, a expensas de dejar fuera del análisis las formas de familia que no se correspondían con el arquetipo de varón proveedor-mujer cuidadora, desconociendo también el trabajo realizado para las generaciones futuras de trabajadores, en la crianza de los niños y niñas (Molyneux, 1979). Más adelante, se entendió al “trabajo reproductivo” como aquel “necesario” para reproducir la fuerza de trabajo, tanto presente como futura (Benería, 1979; Picchio, 2003). La definición del contenido del trabajo reproductivo no difiere de la de trabajo doméstico (“las tareas relacionadas con la satisfacción de las necesidades básicas de los hogares, relacionadas con la vestimenta, la limpieza, la salud, y la transformación de los alimentos” [Benería, 1979: 211]). Sin embargo, ya no era necesario abolirlo, sino entender que su desigual distribución en términos de género se encuentra en el origen de la posición subordinada de las mujeres, y de su inserción desventajosa en la esfera de la producción. El énfasis, entonces, estaba puesto sobre todo en “visibilizar los costos” para las mujeres que la provisión de este trabajo reproductivo traía aparejados. 
Como en el debate sobre el trabajo doméstico, la perspectiva es agregada o “sistémica”: a través del trabajo reproductivo, los hogares (y las mujeres en ellos) sostienen el funcionamiento de las economías al asegurar cotidianamente “la cantidad y la calidad” de la fuerza de trabajo (Picchio, 2003: 12). Debido a que se realiza “más allá” de la esfera mercantil (es decir, sin que medie pago por él), el trabajo reproductivo se torna “invisible” para las mediciones estándares de la economía, lo que refuerza su baja valoración social. Es en respuesta a esta invisibilidad que surge el proyecto de “contabilizar el trabajo de las mujeres” mediante su incorporación a las cuentas nacionales, cristalizado en la Plataforma para la Acción de Beijing (Benería, 2003). Este es también el origen de los esfuerzos para medir el trabajo reproductivo a través encuestas de uso del tiempo2 en los países en desarrollo, y en nuestra región (Esquivel et al, 2008).

En los últimos quince años ha habido un desplazamiento conceptual “del trabajo al cuidado”, parafraseando el título del libro editado por Susan Himmelweit (2000) que recorre esta evolución. En la literatura sajona, la “economía del cuidado” enfatiza la relación entre el cuidado de niños y adultos mayores brindado en la esfera doméstica y las características y disponibilidad de servicios de cuidado, tanto estatal como privado (Folbre [2006]; Himmelweit [2007]; Razavi [2007] En estas conceptualizaciones, el “trabajo de cuidado” es definido como las “actividades que se realizan y las relaciones que se entablan para satisfacer las necesidades materiales y emocionales de niños y adultos
dependientes” (Daly y Lewis, 2000: 285, énfasis agregado). La materialidad de este trabajo es sólo una de las dimensiones de la “relación de cuidados”, que acepta, además elementos motivacionales y relacionales. El énfasis en el cuidado reconoce su origen en aportes filosóficos sobre la “ética del cuidado”, como los de Joan Tronto (1993) y también en conceptualizaciones feministas que ubican al cuidado como una característica central de los regímenes de bienestar (Daly y Lewis, 2000). Al definir al trabajo de cuidados “más específicamente (que al trabajo reproductivo), poniendo el énfasis en el proceso de trabajo más que en el lugar de la producción (hogares versus mercado)” (Folbre, 2006: 186), la economía del cuidado extiende las fronteras del trabajo reproductivo para analizar también cómo el contenido de cuidado de ciertas ocupaciones, usualmente feminizadas, penaliza a los trabajadores y trabajadoras que se desempeñan en ellas (ver los trabajos editados por Razavi y Staab, 2010). Estos estudios han mostrado que en los sectores proveedores de cuidado, como educación, salud, y también el servicio doméstico -sectores donde las mujeres se encuentran sobrerrepresentadas y donde persiste la idea de que las mujeres están “naturalmente” dotadas para proveer cuidadoslos salarios tienden a ser menores (a igualdad de otras características) que en otros sectores.

http://www.americalatinagenera.org/es/documentos/Atando_Cabos.pdf



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